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Episodio 14: Especias y Harina, ¡Misión Cumplida!

Seguí las indicaciones del enano. Dejé atrás el ruido industrial, notando cómo cambiaban los olores y el tipo de gente. Encontré la curiosa fuente del jabalí que goteaba y giré a la derecha, entrando en una avenida aún más ancha y concurrida. Edificios más altos, tiendas elegantes, el bullicio de los negocios. El Distrito Mercantil.

Revisé la lista: "Aceites 'Luz Eterna' - Calle de las Especias". Pregunté a una vendedora de fruta seca. «Sigue esta avenida dos cuadras más, y la verás a tu izquierda. Es una calle más estrecha, siempre huele fuerte por ahí.» La encontré fácilmente por el aroma abrumador. Busqué la tienda "Luz Eterna", reconocible por su letrero con una lámpara dibujada. Entré, compré el aceite específico que Senju-san necesitaba y pagué.

Mientras estaba allí, rodeado de aromas, recordé mi objetivo personal. «Canela... tiene que haber aquí.» Salí de "Luz Eterna" y empecé a recorrer la calle con más atención, buscando específicamente ese aroma cálido y dulce. Vi varias tiendas que venden cortezas y polvos. Me acerco a una que parece tener una gran variedad.

Señalo una corteza enrollada de color marrón rojizo que me resulta familiar. «Disculpe, ¿esto es...? ¿Cómo se llama?»

El vendedor, un hombre con un turbante colorido, sonríe. «¡Ah, eso! Es corteza de kanna. Muy buena para dar sabor dulce y aroma a bebidas calientes o postres. ¿Quieres un poco?»

«¡Sí, por favor!» Compré una pequeña cantidad con mi propio dinero, guardándola con cuidado.

Siguiente parada: la Oficina del Gremio de Comerciantes, a recoger un paquete. Pregunté por el edificio y me indicaron una estructura grande de piedra al final de la avenida, con estandartes. Entré con cierto temor. El interior era formal, silencioso, con mostradores y funcionarios. Me acerqué a uno. «Buenas tardes, vengo a recoger un paquete para Almacenes Senju, enviado por Ishikawa-san.» El funcionario revisó un libro, me hizo firmar (con mi nombre, Takechi) y me entregó un paquete sellado con cera.

Última tarea: el molino "Grano Dorado". Volví a preguntar al funcionario del gremio. «En las afueras del distrito, hacia el río, detrás de los almacenes de grano junto al muelle.» Caminé un buen trecho, el ambiente cambiando de nuevo, olor a grano y polvo. Encontré el molino, un edificio grande con rueda hidráulica. Entré al ruidoso y polvoriento interior. Hablé con un trabajador cubierto de harina. «¡Sí, el pedido para Almacenes Senju! Se enviará mañana a primera hora.» Alivio. «Oiga, ¿podría comprarles una pequeña cantidad de harina de arroz ahora mismo?» Pagué con mi dinero por una pequeña bolsa. ¡Segundo ingrediente conseguido!

Con todos los encargos de Senju-san listos y mis propios tesoros, emprendí el largo camino de vuelta hacia "Almacenes Senju". El sol ya era una brasa naranja en el horizonte, alargando las sombras. Mis pies eran bloques de protesta sorda. Los paquetes parecían soldados a mis manos y hombros. Pero ahí estaba, al final de la calle, el noren azul oscuro de 「千住商店」. Casi había llegado. El alivio era tan grande que casi tropiezo al apurar el paso hacia la puerta.

Empujo la madera con mi última pizca de energía. La puerta cede y se abre de golpe. ¡Luz cálida, el olor familiar de la tienda! Y ahí están. Senju-san, que parecía estar caminando de un lado a otro con las manos en la espalda, visiblemente preocupado, y Yuki, mirándome desde el fondo de la tienda con los ojos desorbitados. Al instante, la preocupación en sus rostros se transforma en un alivio desbordante.

Lágrimas como canicas ruedan por las mejillas de Yuki.

—¡Takechi-kun! —solloza, llevándose las manos a la boca, su voz ahogada por la emoción.

¡Senju-san deja de pasearse y corre hacia mí! La velocidad es tal que apenas registro el movimiento. ¿Senju-san corriendo así? Antes de que pueda reaccionar, se arrodilla frente a mí, justo ahí en la entrada. ¡Arrodillado! Y me envuelve en un abrazo fuerte, casi aplastando los paquetes contra mi pecho. Siento la humedad de sus lágrimas en mi hombro.

—¡Oh, Takechi-kun! ¡Qué alivio! —dice, su voz normal y tranquila ahora quebrada—. ¡Estábamos tan preocupados! ¡Estábamos a punto de salir a buscarte! ¡Pensamos que te habías perdido para siempre en esta ciudad laberíntica!

Gruesas lágrimas surcan sus mejillas. Miro por encima de su hombro y Yuki asiente frenéticamente, secándose sus propias lágrimas con la esquina del delantal de su vestido de maid.

—¡Pero volviste! —continúa Senju-san, separándose un poco pero sin soltarme, sus manos en mis hombros—. ¡Valiente muchacho! ¡Nuestro recadero ha vuelto sano y salvo!

Casi siento que me van a levantar en volandas...

«¡Ay, Enrique, qué idiota eres!» El pensamiento me golpea junto con la realidad. La imagen mental —tan vívida, tan ridículamente exagerada, tan absolutamente falsa— se desvanece como humo. Me encuentro parado en medio de la calle, a varios metros de la puerta real de la tienda, que sigue cerrada. El sol del atardecer me pega en la cara. Un par de transeúntes me lanzan miradas extrañas.

Una carcajada escapa de mis labios. Sonora, espontánea, un poco ahogada por el cansancio pero inconfundible. Me doblo ligeramente, apoyando una mano en la rodilla, mientras la risa me sacude. «¿Lágrimas? ¿Abrazos? ¿Senju-san arrodillado? ¿Yuki tan preocupada?», pienso entre jadeos de risa. La sola idea es tan absurda que me provoca otra oleada de risa. Me seco una lágrima (esta sí, pero de risa) con el dorso de la mano libre. Definitivamente, necesito descansar. Tanto reality japonés emotivo me hace daño.

Ya más calmado, pero todavía con una sonrisa tonta en la cara, retomo los últimos pasos hacia la puerta, la verdadera puerta, de "Almacenes Senju". La realidad será mucho más mundana, lo sé. Probablemente un simple "Ah, volviste". Pero después de esa película mental, casi que lo prefiero. Me enderezo, ajusto los paquetes una última vez, tomo aire y ahora sí, empujo la pesada puerta de madera para entrar.

Empujo la pesada puerta de madera. El interior de la tienda está más tranquilo ahora. La luz dorada del atardecer se filtra por las ventanas altas, mezclándose con el cálido resplandor de un par de lámparas de aceite ya encendidas. Cerca del fondo, Senju-san está sentado sobre un cojín en una mesa baja, revisando un libro de cuentas. A su lado, Yuki ordena unos frascos en un estante.

Yuki es la primera en verme. Se gira con su sonrisa amable.

—¡Ah, Takechi-kun! ¡Bienvenido de vuelta! —dice—. ¿Terminaste?

Senju-san levanta la vista. Su mirada me recorre, evaluando mi estado y los paquetes. Sin drama, solo su calma habitual.

—Volviste, Takechi-kun —constata.

Dejo escapar el aire y deposito los paquetes en el suelo con alivio.

—Sí, Senju-san. Terminé —digo, algo sin aliento—. Aquí están las herramientas del taller del enano, el aceite de "Luz Eterna", y este es el paquete del Gremio de Comerciantes. Confirmé en el molino, enviarán el pedido de Ishikawa-san mañana.

Senju-san asiente lentamente. —¿Todo en orden? ¿Algún problema?

Dudo un instante. —No, Senju-san. Ningún problema importante. Solo... la capital es bastante más grande de lo que imaginaba. Me llevó un tiempo orientarme.

Una casi imperceptible sonrisa tira de su comisura. —Es normal al principio. Te acostumbrarás. Hiciste un buen trabajo hoy.

Un simple "buen trabajo". Sin fanfarria. Pero viniendo de él, se siente... sólido. Real. Siento una satisfacción tranquila.

Senju-san se vuelve hacia Yuki. —Yuki, por favor, muéstrale a Takechi-kun la habitación de invitados de arriba. Necesitará descansar. Puedes dejar los paquetes aquí por ahora.

—¡Por supuesto, Senju-sama! —responde Yuki—. ¡Sígueme, Takechi-kun! Debes estar agotado.

recibe casi al instante.

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