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Episodio 12: La Despensa del Recuerdo y el Primer Intento

El último eco de la voz de Quetzalcóatl aún resonaba en los confines de mi mente cuando la oscuridad se disipó. Abrí los ojos de golpe, el corazón martilleando contra mis costillas, la respiración agitada. Estaba de vuelta en la pequeña habitación de la posada, el futón delgado bajo mi espalda, el olor a madera vieja y tatami llenando el aire. A mi lado, sobre la mesa baja, el incensario de ébano descansaba en silencio, las últimas volutas del humo de copal ascendiendo perezosamente hacia el techo antes de desvanecerse.


¿Fue un sueño?


Pero frente a mí, flotando con un suave y etéreo resplandor azulado, estaba la prueba de que no lo había sido. Una ventana. Una interfaz rectangular que no pertenecía a este mundo, suspendida en el aire como una aparición imposible.


Mi aliento se cortó. —¿Qué…?


Me incorporé lentamente, sin apartar la vista de la ventana. Estaba llena de símbolos que me resultaban vagamente familiares, como extraídos de las páginas de mis libros de historia sobre Mesoamérica –serpientes estilizadas, soles con rostros severos, glifos intrincados que sugerían conceptos complejos– pero eran completamente ilegibles para mí. Palabras en escrituras desconocidas se mezclaban con los dibujos, formando un tapiz arcano e impenetrable.


Un escalofrío recorrió mi espalda. Esto era… esto era exactamente el tipo de cosas que pasaban en los isekai que solía ver. Un sistema, una ventana de estado, ¿quizás habilidades OP a punto de ser reveladas? Una parte de mí, el Enrique de 45 años que había devorado anime y manga, sintió una chispa de… ¿emoción? No, más bien una mórbida curiosidad. Pero la parte más grande, la que aún se sentía un extraño en este cuerpo y en este mundo, gritaba internamente. ¡No! ¡Yo no quería esto! ¡No quería ser el protagonista cliché con un sistema de juego! ¡Ya bastante tenía con haber muerto por culpa de una silla rota!


Me froté los ojos, esperando que desapareciera. No lo hizo. La ventana seguía ahí, imperturbable, brillando suavemente en la penumbra previa al amanecer.


Bueno, suspiré mentalmente, ignorar la realidad no la hace menos real. Si esta cosa está aquí, más vale que entienda qué demonios es.


Mi mirada recorrió la extraña interfaz. A pesar de los jeroglíficos y las palabras desconocidas, algo llamó mi atención. En las esquinas, casi ocultos por la complejidad del diseño, había iconos… ¡iconos que reconocía! En la esquina superior izquierda, las inconfundibles tres líneas horizontales del menú "hamburguesa". Y en la esquina inferior derecha, un pequeño y detallado engranaje.


Configuración. La palabra resonó en mi mente, un concepto tan mundano de mi mundo anterior aplicado a esta ventana mágica. ¿Sería posible?


La curiosidad, mezclada con una dosis de pragmatismo ("Si no entiendo esto, podría ser peligroso"), me impulsó a actuar. Con el dedo índice temblando ligeramente, alcancé y toqué el icono del engranaje en la superficie flotante. La ventana reaccionó al instante, sin resistencia física pero registrando el contacto.


Una sub-ventana apareció, igualmente llena de jeroglíficos, pero los iconos eran aún más claros: un altavoz tachado, un sol para el brillo… y algo que parecía una 'A' mayúscula o quizás un pequeño globo terráqueo. Idioma.


Toqué ese icono. Una larga lista vertical se desplegó, mostrando docenas de nombres de idiomas en escrituras que nunca había visto, junto a más símbolos extraños. Deslicé el dedo por la superficie etérea de la ventana, la lista moviéndose con una fluidez sorprendente. Chino, ¿coreano?, ¿quizás árabe?, símbolos rúnicos, más jeroglíficos… y entonces, casi al final, mi corazón dio un vuelco.


Español.


Ahí estaba. Simple, claro, escrito en el alfabeto que conocía. Una conexión directa, inesperada, con mi hogar, con mi identidad original, en medio de este sistema alienígena. Sin dudarlo un instante, presioné la palabra.


La interfaz parpadeó, los jeroglíficos y símbolos extraños se retorcieron y reconfiguraron como tinta mágica sobre un pergamino invisible. Cuando la luz se estabilizó, todo el texto estaba ahora en un español perfecto y claro.


Volví al menú principal tocando el icono de las tres líneas. Ahora podía leer el título en la parte superior de la ventana:


«La Despensa del Recuerdo»


Debajo, no había estadísticas de fuerza o agilidad, ni puntos de vida o maná. En su lugar, se desplegaba una especie de catálogo visual, como las páginas de un antiguo herbario o un códice ilustrado. Aparecían dibujos detallados de… ¿Maíz? ¿Frijol? ¿Chiles de varios tipos? ¿Jitomate? ¿Aguacate? Cada imagen iba acompañada de su nombre en español. Al lado de cada uno, dos botones: "Buscar" y "Adquirir". Junto a "Adquirir", aparecía un símbolo que parecía una moneda y un número: 0. Y en la parte superior, un contador general: "Créditos de Recuerdo: 0".


Parpadeé. —¿Una despensa? ¿Mi poder es… una lista de compras glorificada? ¿Y los créditos? ¿Se supone que compre los ingredientes? ¿Para qué? ¿Dónde están las habilidades de combate? ¿La barrera que usé? ¿La agilidad? ¿Esto es un sistema de cocina isekai?


Una mezcla de confusión y una ligera decepción me invadió. Tanta fanfarria divina con Quetzalcóatl… ¿para darme una app de supermercado prehispánico?


Estaba tan absorto en mis pensamientos, tratando de encontrarle sentido a esa "Despensa del Recuerdo", que casi no oí el primer canto de los gallos a lo lejos, ni vi cómo la primera luz del amanecer teñía de gris el papel de la puerta corrediza.


De repente, un pensamiento me golpeó con la fuerza de una cubetada de agua fría. ¡Rayos! ¡Senju-san! ¡Tenemos que partir temprano!


La disciplina inculcada a base de regaños y esfuerzo en el templo afloró. La responsabilidad hacia mi compañero de viaje era más importante que desentrañar este misterio ahora mismo.


"¡Ocultar!", pensé con urgencia, dirigiendo la orden mental a la ventana flotante. Para mi alivio, esta parpadeó una vez y se desvaneció en el aire sin dejar rastro.


Me levanté de un salto, me vestí con una rapidez inusual y doblé mi futón (todavía un poco torpemente, pero mejor que antes). Salí de la habitación casi corriendo y llegué a la sala común de la posada, esperando encontrar a Senju-san ya esperándome, quizás con una sonrisa burlona por mi posible retraso.


Pero la sala estaba vacía, excepto por la dueña que empezaba a avivar el fuego de la cocina.


¿Eh? ¿Soy el primero? La sorpresa me hizo detenerme.


Unos minutos después, mientras yo esperaba algo incómodo sin saber qué hacer, apareció Senju-san, bostezando y estirándose con pereza.


—Vaya, Takechi-kun —dijo, reprimiendo otro bostezo—. Hoy sí que madrugaste. ¿Ansioso por seguir el camino?


—Ah… sí, bueno… —tartamudeé, tratando de parecer natural—. Supongo que sí. Buenos días, Senju-san.


Desayunamos la comida habitual de la posada. Yo comía en silencio, mi mente todavía dando vueltas alrededor de la "Despensa del Recuerdo" y su extraña lista de ingredientes. Créditos… adquirir… buscar… ¿Y si…?


Más tarde ese día, durante una parada para que los caballos descansaran junto a un arroyo cristalino, la idea que había estado rondando mi cabeza tomó forma. Necesitaba probarlo. Necesitaba entender cómo funcionaba eso de los "Créditos". Recordé mi anhelo por el agua de horchata. Teníamos arroz –lo había visto en los sacos de Senju-san– y teníamos agua. Era lo más básico que se me ocurría.


—Oye, Senju-san… —empecé, algo nervioso—. ¿Te importaría si uso un poco de tu arroz y agua? Quisiera… intentar preparar algo. Una bebida de mi tierra.


Senju-san me miró con curiosidad, pero asintió sin problema. —Claro, adelante. Pero no tardes mucho, debemos seguir antes de que el sol apriete más.


Con su permiso, tomé un puñado de arroz crudo y un cuenco de agua. No tenía licuadora, ni colador fino, ni azúcar, ni hielo, ni siquiera canela. Mi abuela se habría reído de mi intento. Hice lo que pude: intenté machacar un poco el arroz con una piedra limpia contra otra (con resultados bastante pobres), lo dejé remojando un rato en el agua mientras almorzábamos algo de pan seco, y luego colé el líquido blanquecino lo mejor que pude usando un trozo de tela limpia que llevaba. El resultado era un agua ligeramente lechosa y tibia.


Con una mezcla de esperanza y vergüenza, le ofrecí un poco a Senju-san en un cuenco. —¿Quieres probar? Se llama… bueno, es agua de arroz.


Él, siempre dispuesto a experimentar (o quizás solo por curiosidad), tomó el cuenco y le dio un sorbo. Vi cómo sus cejas se alzaban ligeramente, su boca se movía como si analizara una sustancia extraña. Tragó con dificultad visible.


—Mmm… —murmuró, buscando las palabras—. Es… refrescante, Takechi-kun. Sí. Muy… sutil. —Forzó una sonrisa que no llegó a sus ojos.


Sabía que estaba mintiendo. Tomé el cuenco y probé yo mismo. Era… horrible. Agua tibia con un ligero regusto a almidón crudo. Nada que ver con la horchata cremosa, dulce y fresca de mis recuerdos.


—No… —murmuré, sintiendo el calor subir a mis mejillas—. Le falta algo. Mucho, de hecho. Necesita estar fría… y dulce. Muy dulce.


Senju-san soltó una risita ahogada, probablemente aliviado de no tener que fingir más. —Bueno, fue un buen intento. Cada lugar tiene sus bebidas. Quizás otro día tengas más suerte con los ingredientes.


Asentí, desanimado pero también con una nueva comprensión. Recrear los sabores de casa iba a ser un desafío mucho mayor de lo que pensaba.


Esa noche, mientras acampábamos bajo las estrellas (algo a lo que empezaba a acostumbrarme, aunque no a disfrutar del todo), esperé a que la respiración de Senju-san se volviera profunda y regular. Entonces, saqué con cuidado el incensario de mi bolsa. Lo sostuve, concentrándome, y toqué uno de los grabados.


La ventana de "La Despensa del Recuerdo" apareció de nuevo, brillando suavemente en la oscuridad. Mi mirada fue directa al contador superior.


"Créditos de Recuerdo: 5"


Y debajo, en una especie de pequeño registro o notificación: "+5 Créditos - Preparación: Agua de Arroz (Básica)".


Una sonrisa lenta se dibujó en mi rostro. ¡Funcionaba! Incluso mi desastroso intento de horchata había generado… algo. Cinco créditos. No era mucho, pero era la prueba que necesitaba. Cocinar comida de mi tierra, aunque fuera mal, era la clave.


Miré de nuevo la lista de ingredientes en la interfaz: Maíz, Chile, Frijol, Jitomate… Ahora tenía un propósito claro. Tenía que buscar estos ingredientes. Tenía que aprender a cocinar aquí. Tenía que conseguir más créditos. ¿Para qué? Aún no estaba seguro. Quizás para "Adquirir" ese chile que tanto extrañaba, o quizás… quizás al cocinar algo realmente bueno, algo que supiera a hogar, desbloquearía algo más. Las habilidades. La barrera. La agilidad.


La decepción inicial se transformó en una determinación enfocada. Mi poder no era una lista de hechizos, era una conexión con mis raíces a través de la comida. Y, por extraño que pareciera, estaba listo para seguir ese camino culinario.


Bien, pensé, observando el dibujo del maíz en la pantalla flotante. ¿Por dónde empezamos a buscar?


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