Episodio 11: El Sueño del Dios Emplumado
Después de una larga jornada, la posada nos recibió con el calor de la leña crepitando en el fogón. Habíamos cenado juntos, hablando de trivialidades, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí parte de una rutina normal.
Cuando nos despedimos para ir a nuestras habitaciones, 千住さん me llamó justo antes de entrar.
—タケチくん, casi lo olvido. —Dijo con su tono despreocupado de siempre. Me lanzó un paquete envuelto en tela.
Lo atrapé por instinto.
—¿Qué es esto?
—Un pequeño obsequio. —respondió con una sonrisa ladeada— Lo vi en el mercado y pensé que te gustaría.
Sus palabras parecían casuales, pero su mirada… no sé. Había algo ahí.
—Gracias, 千住さん.
—Descansa, mañana partimos temprano.
Entré en mi habitación y me senté en el tatami con el paquete en las manos. Con cuidado, deshice el nudo del envoltorio de tela y mis ojos se abrieron con sorpresa.
Era el incensario del dragón.
Mi respiración se detuvo por un segundo.
Lo sostuve con ambas manos, sintiendo el peso de la madera, la suavidad de la superficie pulida. Los intrincados grabados relucían bajo la luz de la lámpara.
¿Cómo…?
Recordaba haber vuelto al puesto y descubrir que había desaparecido. El mercader dijo que lo había vendido a un viajero. ¿Podría ser…?
No. Sacudí la cabeza. No podía ser casualidad.
Tsk, 千住さん…
Sonreí para mí mismo. Ese hombre…
Dejé el incensario sobre la mesa y lo observé por varios minutos. Fue entonces cuando, al moverlo un poco, algo cayó de su interior.
Un pequeño cono de incienso.
Lo recogí y lo acerqué a mi nariz. Copal.
Mi corazón dio un vuelco.
Ese aroma… tan característico, tan familiar. Lo había sentido en ceremonias, en ofrendas, en templos de mi país.
Algo dentro de mí se revolvió.
Sin pensarlo demasiado, lo coloqué en la base del incensario y saqué el sílex de fuego que tenía conmigo.
Con un chasquido, la llama bailó sobre la punta del incienso, y en pocos segundos, una fina columna de humo empezó a elevarse.
Lo observé, curioso, sin esperar nada fuera de lo común.
Pero entonces…
El humo comenzó a moverse.
No al azar, no disipándose en la habitación como era de esperarse. Se arremolinó lentamente, tomando forma, como si tuviera voluntad propia.
Y antes de que pudiera reaccionar, una profunda sensación de sueño me envolvió.
Mis párpados se volvieron pesados.
Intenté parpadear, pero el mundo se oscureció.
Cuando abrí los ojos, no estaba en la posada.
Me encontraba flotando en la nada, en un vacío oscuro que se sentía tan frío como el espacio y tan pesado como el tiempo.
Luego, de repente, el mundo se formó a mi alrededor.
Un lago gigantesco, con aguas que reflejaban el cosmos.
Un árbol colosal en el centro, con raíces que parecían tocar el infinito.
El aire vibraba con un sonido indescriptible, como si miles de voces susurraran al mismo tiempo.
Y entonces, el cielo se rasgó en una explosión de luz.
Algo descendió desde las alturas.
Un ser colosal.
Un dragón.
No…
Una serpiente emplumada. Quetzalcóatl.
Sus escamas brillaban como el oro fundido, sus plumas ardían con el fuego del amanecer. Sus ojos eran soles gemelos, conteniendo la inmensidad de las estrellas.
No tuve tiempo de reaccionar.
Un simple parpadeo de la criatura, y mi cuerpo fue arrastrado hacia ella, como si la gravedad misma me llamara.
No podía moverme.
No podía hablar.
Solo podía sentir su mirada perforando mi alma.
»Tú, que has tocado el sustento de los dioses.«
No movió la boca, pero su voz resonó en cada rincón de mi ser.
»Tu camino yace en el sabor.«
»Despierta, cocinero del otro mundo.«
Mi visión explotó en colores, sabores y aromas.
Imágenes sobrecargaron mi mente. Mercados vibrantes repletos de ingredientes nunca vistos, brillando con una luz propia. Manos expertas transformando masas de maíz dorado y chiles rojos como el fuego en platillos exquisitos. Banquetes opulentos donde extrañas criaturas compartían mesa con humanos vestidos con elegantes kimonos, disfrutando manjares humeantes que olían a especias exóticas y hogar al mismo tiempo. Campos fértiles bajo soles gemelos, arrozales que ondeaban como oro líquido, y rituales ancestrales donde la comida era ofrecida a dioses sonrientes.
No sabía si eran visiones del pasado, del presente… o de las posibilidades que la comida podía crear.
Mi cabeza ardía.
Y entonces, Quetzalcóatl se acercó aún más.
Con un simple soplido, fui lanzado al abismo.
Caí.
Caí sin fin.
Caí hasta que la oscuridad me devoró.
Abrí los ojos de golpe.
Mi respiración era agitada. Mi piel estaba fría.
Me incorporé lentamente, con el corazón martillando en mis oídos.
"Fue un sueño."
¿Lo fue…?
El incienso todavía ardía, despidiendo las últimas hebras de humo.
Mi mirada cayó sobre el incensario.
…Algo en él había cambiado.
Extendí la mano, temblorosa, y lo toqué.
De repente, un resplandor azul surgió de la madera.
Un sonido seco, como un chasquido de energía, resonó en la habitación.
Y ante mis ojos, una ventana flotante apareció en el aire.
Una ventana… como las de un juego de rol.
Un menú.
Mi aliento se cortó.
—¿Qué…?
La magia…
La magia que creí inexistente…
Había despertado.