表示調整
閉じる
挿絵表示切替ボタン
▼配色
▼行間
▼文字サイズ
▼メニューバー
×閉じる

ブックマークに追加しました

設定
0/400
設定を保存しました
エラーが発生しました
※文字以内
ブックマークを解除しました。

エラーが発生しました。

エラーの原因がわからない場合はヘルプセンターをご確認ください。

ブックマーク機能を使うにはログインしてください。
9/12

Capítulo 3: Primer trabajo — Parte I

El humo aún flotaba en el aire cuando Rulf colocó el cuenco frente a él.

—Come. No es mucho, pero te sostendrá.


Mark bajó la vista. El cuenco de barro estaba manchado, pero limpio. Dentro, un estofado espeso borboteaba con lentitud, lanzando al aire un olor tibio y especiado que le hizo cerrar los ojos un instante. No sabía cuándo fue la última vez que alguien le sirvió comida caliente sin pedir nada a cambio. Sin insultos. Sin empujones.


Tomó la cuchara con cuidado, como si algo pudiera romperse. Al primer bocado, el calor le recorrió la lengua como una ola lenta. La carne, aunque dura, había sido cocida lo suficiente como para no lastimar sus encías. Había algo ligeramente ácido entre los trozos —una raíz quizá— que contrastaba con el dulzor tenue de la cebolla cocida. Y al fondo, una nota de algo más: una especia picante que le calentó el pecho y le hizo tragar con más urgencia.


No era solo sabor. Era confianza. El tipo de comida que no escondía podredumbre bajo la grasa ni le dejaba el estómago revuelto. Sentía cada ingrediente con una intensidad desproporcionada, como si el hambre hubiera agudizado su memoria gustativa.


Era extraño. No recordaba cuándo fue la última vez que algo tan simple como un almuerzo le había hecho sentir humano. No era un lujo, pero comparado con los restos fríos que solía mendigar o con los trozos duros de pan mohoso, esto era un banquete. Cerró los ojos. No sabía si por hambre satisfecha o por el cansancio que lo venía persiguiendo desde días atrás.


—¿Ya estás listo?


Abrió los ojos con lentitud. La voz del cocinero lo había alcanzado desde la entrada. El mundo volvió a pesar. Asintió en silencio, limpiándose la boca con la manga sucia mientras se ponía de pie.


Caminaron juntos por el campamento. El calor del desierto aún se aferraba a la tierra, pero las lonas y sombras daban una tregua leve. Mark no preguntó a dónde lo llevaba. Había aprendido que las preguntas generaban molestias, no respuestas.


Se detuvieron frente a una carreta vieja. La lona gruesa y oscura colgaba como una cortina a medio caer.


—Este es Ragth —dijo Rulf, sin girarse—. Tiene buen ojo para las cosas importantes.


Adentro, un hombre robusto repasaba anotaciones sobre una tabla de madera. Llevaba un bigote largo y una expresión que parecía permanentemente irritada. Apenas lanzó una mirada rápida en su dirección y volvió a lo suyo.


—Estoy ocupado con el inventario —gruñó.


Rulf no insistió. Mark notó que tampoco esperaba otra cosa. El cocinero simplemente asintió con una sonrisa paciente, como si conociera de sobra esa respuesta, y siguió caminando. Mark lo siguió.


Se detuvieron frente a otra carreta. Más ordenada. El aire olía a telas y cosas limpias.


—Taiflow es algo quisquilloso, pero tiene buen ojo —susurró el cocinero antes de entrar—. Déjame hablar primero.


Adentro, todo estaba dispuesto con precisión. Etiquetas, cajas limpias, un suelo sin polvo. Y en el centro, un hombre con un monóculo que escribía con lentitud, como si cada trazo mereciera atención. No levantó la vista.


—¿Qué quieres?


—Solo una pequeña consulta —dijo Rulf con voz ligera—. Sobre si podrías llevar contigo a este chico. No ocupa mucho espacio.


El comerciante dejó de escribir. Giró hacia Mark y lo observó de arriba abajo, sin el menor interés. Mark sintió cómo se le tensaban los hombros.


—¿Es muy delgaducho, no? No creo que sirva de nada aquí. Mejor lo dejamos en el próximo pueblo.


Un silencio espeso se instaló. Mark sintió la presión en el pecho. Dio un paso adelante.


—Por favor, no me dejen —murmuró—. Puedo esforzarme, de verdad…


Taiflow frunció el ceño, como si le molestara más el sonido de su voz que sus palabras. Luego se giró sin más, murmurando algo sobre el almuerzo.


No dijeron nada al salir. Rulf caminaba con las manos tras la espalda. Mark entendió que no había sido un rechazo personal, aunque dolía igual.


Se detuvieron frente a la siguiente carreta. Esta estaba desordenada, llena de libros, frascos, telas arrugadas, y hierbas secas colgando de cuerdas.


—Este es Tomas —dijo el cocinero—. No parece mucho, pero mira cosas que los demás no ven.


Un hombre encorvado hojeaba un libro sobre una caja. Delgados pendientes brillaban en su cabello gris. Cuando los notó, no alzó la vista.


—¿Otra vez tú?


—Tal vez un poco de eso —rió Rulf—. Pero también vine por esto.


Mark no supo qué quería decir con “esto”, hasta que el cocinero lo señaló directamente.


Tomas levantó brevemente la mirada. No dijo nada sobre él. Solo se giró un poco.


—Curación, costado derecho.


Ni un saludo, ni una queja. Solo la orden. Rulf obedeció. Colocó las manos sobre el costado del hombre y comenzó a canalizar la magia. Una luz dorada emergió, suave, constante. Mark la miró con asombro silencioso. No sabía cómo funcionaba, pero parecía real.


Entonces, Tomas se acercó. Le tomó el rostro con dos dedos, sin pedir permiso. Mark se quedó quieto. Sentía la piel tensarse por el contacto, pero no se movió. Lo examinaba como si fuera una herramienta. O una fruta en el mercado.


—¿Edad?


Mark abrió la boca, pero no supo si debía responder. El hombre no lo miraba como alguien que espera una respuesta.


Le observó los ojos, las uñas, la piel. Incluso le estiró una manga para tocarle el brazo.


—¿Comió hoy?


—Sí —respondió Rulf, aún canalizando—. Dos veces.


Tomas asintió. No con aprobación. Solo como quien marca un dato en su cabeza.


Cuando la luz se desvaneció, Tomas se sacudió la túnica y volvió al libro. Murmuró, sin emoción:


—Podría servir. Está flaco, pero no enfermo. Los huesos están bien alineados. Tiene reflejos lentos, pero no atrofiados. La vista parece sana. Es tímido, eso lo hace callado, y eso me gusta.


Se volvió hacia Rulf.


—Puedes dejarlo aquí. Pero si se vuelve una carga, lo echo.


No hubo más que decir. Caminaron en silencio hasta la carreta de forraje.


—Un tercio… ya es un logro, ¿no? —murmuró Rulf, casi para sí.


Mark no respondió. Tampoco sabía si debía.


評価をするにはログインしてください。
この作品をシェア
Twitter LINEで送る
ブックマークに追加
ブックマーク機能を使うにはログインしてください。
― 新着の感想 ―
このエピソードに感想はまだ書かれていません。
感想一覧
+注意+

特に記載なき場合、掲載されている作品はすべてフィクションであり実在の人物・団体等とは一切関係ありません。
特に記載なき場合、掲載されている作品の著作権は作者にあります(一部作品除く)。
作者以外の方による作品の引用を超える無断転載は禁止しており、行った場合、著作権法の違反となります。

この作品はリンクフリーです。ご自由にリンク(紹介)してください。
この作品はスマートフォン対応です。スマートフォンかパソコンかを自動で判別し、適切なページを表示します。

↑ページトップへ