Capítulo 1: Contacto con el horizonte - Parte II
Despertó envuelto en sangre seca, temblando bajo un cielo teñido de óxido. El crepúsculo parecía colgar del aire como una herida abierta.
Todo dolía. Cada hueso, cada músculo, cada pedazo de piel. Parpadeó con dificultad. La tierra bajo su espalda estaba helada y áspera. Intentó moverse. El ardor le trepó por la pierna izquierda como un incendio.
—Levántate —susurró la voz.
No tenía fuerza para responder. Solo entendía. Siempre entendía.
Se arrastró. El suelo le raspaba las costras, le abría la carne. Con cada avance, un grito se le formaba en el pecho, pero no salía. Solo el sonido de su respiración rota. Había una grieta en la piedra, apenas visible entre las sombras. Una cueva. Un refugio. O algo peor.
—Más rápido —insistió la voz.
La entrada lo envolvía como un pozo sin fondo. La entrada era una boca entreabierta, con estalactitas como dientes rotos. Respiró hondo. El aire olía a placenta y cal viva. Como si la tierra misma estuviera pariéndolo… o digiriéndolo. Pero ya no tenía voluntad para elegir. La voz lo guiaba. Como siempre.
Cayó dentro. El golpe contra la roca le sacó el aire. El pecho subía y bajaba sin ritmo, como si intentara recordarle que seguía vivo. La sangre seguía fluyendo. La ropa pegajosa. El aire olía a humedad y piedra vieja.
Solo quería cerrar los ojos. Solo un momento.
—Sigue caminando.
Los cerró igual. Tenía que evaluar el daño, aunque fuera tarde para curarlo.
La pierna está mal.
La sentía arder, latir como si tuviera un corazón propio.
La costilla también… jodida. Cada respiración era una cuchillada.
Los dedos… no los siento bien.
No me queda mucho.
Se desplomó de nuevo. El mismo golpe. El mismo aire robado. El mismo arrullo de siempre. Tres notas ascendentes, como las que tarareaba su hermano mayor para ahuyentar a los monstruos. ¿O era al revés?
—Sigue caminando —dijo la voz, o quizás fue el arrullo retorciéndose en su cráneo, afilándose hasta volverse hoja.
El líquido le chorreaba por las muñecas, tibio y viscoso. No era sangre. Sabía a lágrimas fermentadas y raíces podridas. A memoria. Como si la cueva no lo recibiera, sino lo tragara con calma, como quien mastica algo que no se resiste
—Veo sangre aquí —rugió alguien afuera.
Los Cosechadores. No los vio, pero sus ganchos ya tintineaban en su mente, dibujando cicatrices que aún no tenía.
Corrió. No hacia adelante, sino hacia donde el arrullo se hacía carne: un nudo de cicatrices pulsantes en la pared, latiendo al ritmo de su pierna herida.
¿Cómo me encontraron tan rápido?
—Corre —dijo la voz. No sonó como una orden. Sonó como una necesidad.
Dejó de pensar. Dejó de doler.
Avanzó. Sin mirar atrás.
Sin saber si seguía huyendo… o si solo se hundía más.
Pero no se detuvo. Porque en el eco de sus pasos, creyó oír algo nuevo: el llanto de un niño. ¿Era real? ¿O solo otra grieta en su cabeza? Quizás. Quizás no. Pero siguió.